24 de junio de 2013: Mientras vuela bajo y lentamente sobre el terreno virgen de la Ladera Norte de Alaska, el científico dedicado a las investigaciones Charles Miller, del Laboratorio de Propulsión a Chorro (Jet Propulsion Laboratory o JPL, por su sigla en idioma inglés), de la NASA, examina la extensión blanca de la tundra y el permafrost (la capa del suelo que está permanentemente congelada en las regiones polares), que se encuentra debajo. En el horizonte, aparece una línea larga y oscura. Su avión se acerca y el misterioso objeto se revela como un enorme rebaño de caribúes en migración, que se extiende por kilómetros.
Es un espectáculo que Miller no olvidará pronto.
"Ver a los caribúes marchando en fila india a través de la tundra pone en perspectiva lo que estamos haciendo aquí en el Ártico", dice Miller, quien se encuentra en una misión de cinco años llamada "CARVE" con el fin de estudiar cómo el cambio climático está afectando el ciclo del carbono en el Ártico.
CARVE es el acrónimo en idioma inglés de "Carbon in Arctic Reservoirs Vulnerability Experiment" (Experimento de Vulnerabilidad de los Depósitos de Carbono del Ártico). Ahora, en su tercer año, la campaña aérea está poniendo a prueba la hipótesis de que los depósitos de carbono del Ártico son vulnerables al calentamiento, mientras que entrega los primeros mapas de los gases de efecto invernadero, el dióxido de carbono y el metano. Alrededor de dos docenas de científicos de 12 instituciones participan en este proyecto.
"El Ártico es fundamental para la comprensión del clima global", dice Miller. "El cambio climático ya está ocurriendo en el Ártico, más rápidamente que lo que los ecosistemas pueden adaptarse. Observar el Ártico es como observar a un canario en una mina de carbón de todo el sistema de la Tierra (porque sirve de advertencia)".
Durante cientos de miles de años, el permafrost del Ártico ha acumulado grandes reservas de carbono orgánico (se estima que de 1.400 a 1.850 millones de toneladas métricas). Eso es aproximadamente la mitad de todo el carbono orgánico estimado que se encuentra almacenado en los suelos de la Tierra. En comparación, cerca de 350 mil millones de toneladas métricas de carbono se han emitido debido a toda la combustión de combustibles fósiles y las actividades humanas desde el año 1850. La mayor parte del carbono del Ártico se encuentra en suelos ubicados dentro de los 3 metros de la superficie, los cuales son vulnerables al deshielo.
Pero, según lo que los científicos están averiguando, es posible que el permafrost y su carbono almacenado no sean tan permanentes como su nombre lo indica. Y eso les preocupa.
"El permafrost se está calentando más rápidamente que la temperatura del aire del Ártico (tanto como de 1,5 a 2,5 grados centígrados en tan sólo los últimos 30 años)", señala Miller. "Cuando el calor de la superficie de la Tierra penetra en el permafrost, amenaza con movilizar estas reservas de carbono orgánico y liberarlo a la atmósfera en forma de dióxido de carbono y metano, alterando de este modo el equilibrio del carbono del Ártico y agravando enormemente el calentamiento global".
Los vuelos de campaña del CARVE se realizan a bordo de un avión C-23 Sherpa, con instrumentos especiales, de la NASA, que despega desde las Instalaciones de Vuelo Wallops (Wallops Flight Facility, en idioma inglés), de la NASA, en la isla Wallops, Virginia. El C-23 no va a ganar ningún concurso de belleza; sus pilotos se refieren a él como "un camión de UPS con una mala cirugía de nariz". En su interior, es extremadamente ruidoso (los pilotos y la tripulación llevan auriculares que están preparados para anular el ruido y poder así comunicarse). "Cuando te quitas los auriculares, es como estar en una carrera de la NASCAR (Asociación Nacional de Carreras de Automóviles de Serie, en idioma español)", bromeó Miller.
Pero lo que al C-23 le falta en cuanto a belleza y silencio, se compensa con la fiabilidad y la capacidad de volar "en el barro". Por lo general, vuela a unos 150 metros sobre el nivel del suelo, con subidas periódicas a altitudes superiores para recopilar datos de fondo. A bordo del avión, instrumentos sofisticados "huelen" la atmósfera en busca de gases de efecto invernadero. "Nosotros tenemos que volar muy cerca de la superficie del Ártico para capturar los intercambios interesantes de carbono que tienen lugar entre la superficie de la Tierra y la atmósfera", relata Miller.
El equipo del CARVE llevó a cabo vuelos de prueba en el año 2011 y vuelos científicos en 2012. En lo que va de 2013, han realizado tres campañas mensuales (en abril, mayo y junio) y faltan cuatro más.
Desde una base en Fairbanks, Alaska, el C-23 vuela hasta ocho horas diarias a sitios ubicados en la Ladera Norte, así como en el interior y en el valle del Río Yukón de Alaska, por encima de la tundra, del permafrost, de los bosques boreales, de las turberas y de los humedales.
Elevándose sobre el terreno ártico, Miller ha visto muchas cosas que no olvidará. Y los datos obtenidos en relación con el permafrost podrían resultar inolvidables, también.
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